lunes, mayo 14, 2007

El árbol y el bosque en Virginia Tech


Cho-Seung-Hui, el asesino múltiple identificado en Virginia es un nativo de Corea del Sur no de Estados Unidos y, por sobre todo, es casi imposible prever el instante en que un brote psicótico
transformará a un enigmático solitario (como se describe ahora al personaje) en un predador de apetito destructivo insaciable.


Tan solo estas dos características, entre muchas que es posible citar sobre lo sucedido el lunes en la universidad Virginia Tech, posan una advertencia sobre el error de sacar conclusiones instantáneas y generalizadoras sobre la tragedia.

Sin embargo es igualmente inconveniente, para entender el fenómeno, en la pequeña medida en que la violencia aleatoria de esta dimensión puede ser racionalizada, desatender algunas condiciones que la hicieron posible. En otras palabras, el árbol puede nublar la mirada porque está bañado en sangre inocente pero, en términos sociales no está solo, se corresponde con un bosque.

En primer lugar hay que contabilizar que, Virginia, el estado donde sucedió –tierra natal de Thomas Jefferson en la que tiene raíces la nación estadounidense- es uno de los puntos del país en los que cualquiera con el suficiente dinero, y no demasiado, puede acceder con facilidad y legalmente a armas de fuego.

Los controles son tan ligeros que, por ejemplo, se aplican a las compras en armerías pero no a las hechas en las muy frecuentes “ferias de armas”. Además la ley establece que a cualquiera autorizado para poseer un arma de fuego, se le conceda de modo automático un permiso para portarla de modo encubierto.

Ahora surgen las voces memoriosas que relatan como todos los intentos por imponer restricciones a este comercio han sido derrotados –o diluidos hasta la inocuidad en el proceso legislativo- por el poderoso lobby de fabricantes y vendedores de armamentos cuya frente más visible es la Asociación Nacional del Rifle (National Rifle Association).

Hay, además, un lienzo mayor sobre el cual apreciar el periplo asesino de Cho. En una de las tanta cronologías de hechos similares publicadas ayer, el cotidiano francés Le Monde, que optó por no limitarse solo al país del norte, armó ayer una de alcance internacional con 16 episodios

En 1997 la ensayista Bárbara Eichenreich publicó un excelente volumen titulado “Ritos de Sangre – Historia y Orígenes de la Pasión de la Guerra” con el que intentó probar que la violencia contra la propia especie no es una condición intrínseca de la condición humana, si no un rasgo que las culturas generan deliberada y esforzadamente.

El tema es y será, por cierto, materia de debate interminable, pero uno tiene que volver a los argumentos de la autora cuando piensa en Estados Unidos que, desde el siglo XIX, ha vivido poco menos que en estado de guerra permanente, o en sucesivos estados de guerra. Que la violencia raramente haya hecho blanco en su territorio continental –salvo por la guerra civil de aquel siglo y, dicen algunos, por los atentados del 11/S- no disminuye su necesidad de apurar los “ritos de sangre” en la cultura que le ofrezcan combatientes dispuestos.

Más recientemente, aparece involucrada en un conflicto donde la sociedad es conducida a ciegas y solo su comandante en jefe parece poder visualizar al enemigo, esto es la “guerra contra el terror” de George W. Bush. Casi es irónico que haya sido Bush –como presidente- quien se haya puesto al frente de los ritos del dolor nacional por lo sucedido en Virginia Tech.
–que incluyó entre otros el caso de Carmen de Patagones en septiembre del 2004- dejando en evidencia que, aun en la perspectiva más abierta, Estados Unidos se lleva el oscuro mérito de procrear asesinos múltiples con más frecuencia.


Por Misael Abdala

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